Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Decir que una moto es un transporte ligero para moverse por Madrid es una obviedad mayúscula. Sólo el que anda en moto sabe que es una forma de vida sobre dos ruedas, una anarquía reglada, una manera de reírte de los atascos, de los malos humos y de las malas caras. Si bien tiene sus peligros a poco prudente que resulte su conductor, se convierte en una delicia.
El Ayuntamiento, en su campaña por terminar Madrid de una vez por todas (y para siempre), ha diseñado unas áreas para aparcar los vehículos de dos ruedas. Idea extraordinaria si no fuera porque olvida el primer postulado del motero: aparcar en la puerta. Lo otro, intentar que los moteros dejen su vehículo debidamente estacionado en unas zonas acotadas, pintadas y señaladas, está llamado al fracaso. Supongamos que un manazas pone mal la pata de cabra y se le cae la moto, inmediatamente irían las demás al suelo como el que tira un castillo de naipes. Tremenda equivocación.
Pretender que las motos se ordenen es como intentar que en un congreso de anarquistas todo el mundo lleve corbata. Lo que no dicen, y esa es la segunda parte (la más interesante), es que a partir de la fecha moto que cacen mal aparcada irá a parar al depósito municipal. Por lo tanto la noticia tiene mucho peligro. El último gesto de rebeldía era las dos ruedas y ahora las quieren anillar como a las aves migratorias. Se acabó la fiesta, la rebeldía no iba a salirnos gratis.
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