Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Ya que el asunto va de memoria histórica Esperanza Aguirre se ha remontado al conde de Romanones al que se le atribuye el “ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento”. Lo que ha hecho la presidenta regional es poner negro sobre blanco la Ley de Zapatero pero aplicándola al terreno, (nunca mejor dicho). Se espera que el siguiente paso sea nombrar una dirección general de excavaciones con un negociado de zahoríes que busquen señales bajo la tierra seca. Sí es para que todos encuentren a su familiar muerto en la contienda civil, bienvenida sea la propuesta porque así se acabarán años de penoso luto. Muertos fueron en una ocasión y luego rematados por la ignominia varias veces durante cuarenta años.
Pasado el debate uno espera que recuperemos la paz y seamos capaces de hablar de futuro sin sacar la tibia del abuelo para señalar. En ese sentido cabría estar con la doctrina Azaña: “paz, piedad y perdón”, o con lo que recientemente ha escrito el antecesor de Aguirre en la presidencia de la Comunidad de Madrid, (Gallardón no, claro), sino Joaquín Leguina que ha señalado que vergüenzas para tapar hubo en los dos bandos y gloria de la que presumir más bien poca. Lo suyo hubiera sido juzgar a Franco en vida pero a tenor de las largas colas que se vieron ante el Palacio de Oriente no parece que el pueblo estuviera por hacer justicia sino por rendir pleitesía. Lo cuál no resta validez al movimiento de la memoria histórica que lucha por encontrar dignidad a sus antepasados, y hasta que el último de ellos no haya sido encontrado no habremos cerrado la transición. Sólo los muy franquistas pueden temer a la verdad; se espera que en otras comunidades del PP se tome buena nota y se apunten a la iniciativa.
No sabía Esperanza Aguirre que su célebre frase “pico y pala”, entonada tras ganar las últimas elecciones en el balcón de Génova, fueran a tener una traslación semántica a una iniciativa propuesta por la izquierda y que a duras penas traga la derecha en razón de sus lazos familiares con prebostes del antiguo régimen. Lazos de los que tampoco se libra la izquierda porque en el árbol genealógico de cualquier español hay un rojo, un cura, un nacional, un judío, un musulmán, un cristiano y un seguidor de la Ponferradina. Agítese antes de nacer y habrá tenido usted a un españolito al estilo de Machado al que una de las dos Españas ha de helarle el corazón.
El efecto secundario de este “reglamento” es que en Madrid lo que eran cunetas son ahora edificios o carreteras. Asfalto que tapó la memoria en los años de “marxismo-ladrillismo”. Y, salvo que queramos dejarlo todo hecho un “partenón” la búsqueda va a tener muchas trabas. Igual algunos aprovechan para excavar debajo de La Moncloa y forzar una salida anticipada del inquilino, o puede que otros crean que hace falta revisar los cimientos del número 13 de la calle Génova. Primero pico y luego pala.
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