Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
La última y presunta estafa filatélica ha dejado la imagen en la calle de miles de pequeños ahorradores con cara de infinito desconcierto, entre ellos no había ni un solo rico sino más bien gente corriente a la que han vuelto a engañar, (otra vez más en sus vidas, en muchos casos en la recta final cuando deberían disfrutar de sus pequeños ahorros). Los ricos tienen la costumbre de no aparecer nunca ni en los listines telefónicos ni en las estafas populares, no es decoroso para ellos mezclarse con la multitud que grita. Si alguien tuviera la paciencia de redactar una tesis doctoral con las fotos captadas de los que buscaban rentabilidad pero se quedaron con el sabor amargo de un sello mal chupado, quizá llegaría a la conclusión de que siempre palman los mismos.
En alguna parte de nuestro código biológico debemos llevar el gen del pardillo que nos convierte en carne de infantería para el solaz de los más listos. La pirámide de población la construimos muchos inocentes y en la cumbre un grupo de trileros que con la consabida frase callejera de: ?la quito, la pongo, la tapo y la escondo?, luego preguntan: ?¿dónde está la pelotita??, y se llevan el billete que habíamos apostado encima de la carpeta de cartón; nos volvieron a engañar. Cada noche hay programas en la televisión en los que aparece un tipo con una bata blanca y nos da consejos de cirujano, por un módico precio nos extirpa el tejido adiposo y así podremos tocar el paraíso, (los gordos que sacan de muestra no son felices). Luego viene otro que vende máquinas que dejan los abdominales como la piedra del monasterio de El Escorial, brujas, videntes tuertas y hasta uno que sonríe porque con sus cuchillos igual cortas perejil finito o el prepucio a un astronauta con el traje espacial puesto y después de atravesar la plancha de tungsteno de la nave. Con cara de ratones asombrados asistimos cada día a multitud de pases mágicos que captan nuestra atención. Casi siempre nos dejamos arrastrar por la opinión de un amigo, de un compañero de trabajo, lo hacemos porque la base de la inocencia es creer en la buena voluntad, (sin saber que la podaron como árboles de la selva amazónica).
Los que aparecen en la foto son los mismos que palmaron en una cooperativa de pisos que nunca se llegaron a construir, los que pagaron un viaje al Caribe y la compañía aérea les estafó, los que se pensaban que la cirugía los iba a volver guapos y felices. Sería terrible sospechar que también se nos puede manipular el sentido del voto o la orientación ideológica con cuatro pases de manos y unas palabritas litúrgicas. Tardaremos años en saber cómo funciona ese gen de la inocencia pero al menos podremos decir a los que nos manipulan que les hemos pillado en el truco. Los corderos han aprendido a reconocer la tos del matarife.
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