Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estimadas señoras (y señores) que ayer porfiaban por un ramo de novia en Madrid: la necesidad es muy mala y cuando se regala algo, aunque sea el matrimonio, allá que va uno llevado por la curiosidad y el por si acaso. De las tradiciones más absurdas que se conocen en occidente ésta es una de ellas, dicen que viene de Egipto, nadie sabe por qué pero cuando la novia lanza el ramo hacia atrás se monta un corrillo de alegre voluntariado que se agita entre sí. Lo suyo es que el ramo caiga en cuatro manos y así tengamos montada una tangana socialmente aceptada, y da mucha risa cuando le cae a la abuelita. En realidad si la novia arrojara el reloj, (o a su pareja), se entendería la bulla pero tampoco estamos aquí para discutir de antropología nupcial.
Luego dirán que no creen en el matrimonio porque es una institución caduca pero ya pueden ir pensando en una buena excusa para contar en casa; entre los presentes había mucho casado/a a la búsqueda de una oportunidad, (unas «segundas náuseas» como dice Zoé Valdés).La monogamia es una costumbre muy agobiante si no se comparte con terceras personas. Y todo porque regalan una semana de mentiras virtuales en Internet, allá donde todos somos altos, rubios y con los ojos azules del príncipe del cuento. A fin de cuentas una semana para soñar es mucho mejor que un mes en el Caribe con los gastos pagados. En la intimidad igual resulta que Ken, el novio de Barbie, tiene su punto de metrosexual de plastilina con peinado a navaja. Quizá el experimento callejero ayude a destrozar algunos mitos y a que seamos más sinceros.
Hallar a la pareja perfecta es un trabajo muy por encima de los inventos de Bill Gates, por lo tanto no está mal que acudamos a la magia y a la superstición. Si es cara a cara y corremos el riesgo de cometer la mayor estupidez de nuestras vidas, es posible que con una ayudita externa podamos enderezar el rumbo.Y puestos a que te caigan cosas encima es mejor un ramo de rosas que un cascote desprendido, o un ordenador portátil con conexión a banda ancha.
Dicen que también había señoras y señores casados entre el tumulto, no sé de qué se extrañan, es normal. Ellos mejor que nadie saben de qué les hablan, salvo honrosísimas excepciones que decoran las páginas del libro de los récords. Ni al conde de Montecristo se le puede regalar un jersey a rayas, ni a un emparejado/a tentarle con las maravillas de un catálogo de amor virtual.
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