Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cuando algunos dicen que Estudiantes es un equipo de patio de colegio están en lo cierto. El nuevo seleccionador nacional de baloncesto, José Vicente ‘Pepu’ Hernández conoce el basket desde la cuna, desde cuando llegó al Ramiro de Maeztu como alumno de parvulario y descubrió esas canchas del colegio al que en su día llegaban las notas del piano de Lorca, alumno de la vecina Residencia. Todo lo que ocurre en el recinto de la calle Serrano tiene un cuerpo especial, ya sea el baloncesto, la literatura o la música; Pepu aprendió rápido que el deporte sin cabeza ya son ganas de sudar sin sentido, por eso se hizo entrenador, que es la mejor forma de disfrutar sin padecer lesiones, aunque firmes menos autógrafos y la nómina abulte menos. Habitualmente los entrenadores son aves de paso, menos en Estudiantes donde a todo se le aplica (o aplicaba hasta el momento) un sentido más familiar de las relaciones. Después de entrenar a toda la escala social del club llegó al equipo ACB cuando se marchó Miguel Angel Martín, el Cura. Con una insolencia magistral le habló a Dios de tú y se metió en finales donde exigían pedigrí y buenas referencias.
No es Pat Riley, que es la versión transoceánica de Sergio Scariolo pero con dos vueltas más de corbata, ni tiene el porte de brigadier de Maljkovic ni las sienes plateadas de Lolo Sáinz, pero todo el mundo dice de él que es «un buen tío» (un título nobiliario que concede el pueblo llano a aquéllos que mejor les caen, nunca llegan a categoría de cuadro como los duques pero en vida lucen mucho más). Cuenta el antiguo presidente de la entidad, Alejandro González Varona, que Pepu no ha hecho otra cosa en su vida que no sea salir de casa e ir camino del Ramiro, primero como estudiante, luego como jugador y más tarde como entrenador. Y añade que cuando se cogió el famoso año sabático, que luego se redujo a un par de meses hasta que volvió al banquillo, se lo encontró cerca del Magariños y le preguntó extrañado: «¿Tú qué haces por aquí?».La respuesta fue antológica: «¡Joé, Alejandro, que he salido de casa y no sabía donde ir!». Es lo que se llama querencia al trabajo, le pasa a la cabra que tira al monte y al aficionado que tira para su cancha como llevado por la marea.
No hace falta ser adivino para intuir que va a estar en el banquillo de la selección muchos años, quizá tantos como Díaz Miguel (que alternó el deporte con la ropa de moda pero que nunca llegó a encontrar unas gafas que pesaran menos de cinco kilos y que no fueran modelo Hawai 5-0). Díaz Miguel dejó el listón en la plata de Los Angeles, ahora le toca a José Vicente crear un equipo que juegue como ángeles dorados. Si con un Seiscientos de patio de colegio fue capaz de disputar los grandes premios de la ACB a equipos que iban en vehículos con más caballos, ahora que tiene acceso a toda la cuadra puede sacar petróleo. Nada que sea un balón de basket o los problemas que puedan afectar a un jugador le es ajeno. Al baloncesto le hacen falta tipos como él para dejar de ser un deporte débil y volver a pegar a la gente a la pantalla. O al menos que resulte más divertido que la gala de los Goya.
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Etiquetas: deportes opinión, el mundo