Julio Robles

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

El asalto a la tumba del torero Julio Robles, en Ahigal de los Aceiteros, es inquietante. Al cadáver del matador le han querido aplicar la ley de la memoria histórica de los toros bravos, algo tan repugnante como cierto. No contentos con el asalto al panteón y robo de la escultura que le adornaba, intentaron profanar sus restos para pedir rescate. Se trata de unos ?huesicidas? que hablan en nombre de los toros bravos, como si éstos tuvieran portavoz y guardaran resentimiento contra un hombre al que truncaron la vida de manera infame. Avelino Julio Robles Hernández fue un torero serio, vertical, de pocas palabras y de figura solemne. Uno de los pocos que manejaban el capote con tiento de seda. El 13 de agosto de 1990 un toro de Cayetano Muñoz, le dio una voltereta que le provocó una tetraplejia. No fue tanto el golpe como la mala caída; de mil que se producen como ésa casi todas quedan en una magulladura y un dolor de cabeza. No fue un pitón el que le rompió la carne sino un revolcón el que le partió en dos, demasiado castigo para un hombre de luces. Tiempo después le ocurría lo mismo al actor Christopher Reeve, ?Superman?, cuando montaba a caballo.
A partir de ahí la vida de Julio Robles fue un lento calvario, un goteo de días tristes y homenajes póstumos adelantados; el toro en Béziers no lo mató del todo pero lo apartó para siempre en plena juventud, y luego se le marchó una mujer hermosa y colombiana, dejándolo abandonado hasta que una peritonitis le dio la cornada definitiva cuando apenas tenía cuarenta y nueve años. Ortega Cano dijo de él que era ?el espejo de toreros?, pero aquel espejo se fue quedando vacío de memoria y amigos, y salvo en contadas apariciones no salía de su finca en la que vivía una vida que no le correspondía. Así transcurrieron once años atrapado en su cárcel, inmóvil, condenado al sufrimiento de una silla de ruedas perpetua.
La mala suerte le acompañó hasta su última hora cuando no le pudieron poner el vestido de torear, blanco y oro con remates negros, porque no llegó a tiempo al hospital. En su funeral leyeron un texto que había dejado para cuando llegara el momento, en el que decía: ?mi vida ha sido como el viento que llegó; sopla y se va?. Y ese es el epitafio que han pintado de rojo unos canallas que profanan tumbas.
Habrá que ponerle escolta al monumento que le hizo Mariano Benlliure a Joselito ?El Gallo? en el cementerio sevillano de San Fernando. Y también en de Nuestra Señora de la Salud de Córdoba, dónde están los restos de ?Manolete?, el cuarto califa, cubiertos por una estatua de Amadeo Ruiz Olmos. El que profana sus tumbas merece un castigo ejemplar, que Sánchez Mejías saliera de su mausoleo y dijera como el ?Ché?: ?póngase sereno y apunten bien, va a matar usted a un hombre?. Sí, a matarlo por segunda vez.

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