Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Quién más y quién menos presume este lunes de lumbalgia de rey mago, esto es la que se produce por lanzarse al suelo a colgar las bolas del abeto de plástico, o por situar el belén en el lugar que le corresponde. A pesar de que Madrid es una ciudad bastante movida en lo político, y en lo social, hay todavía quienes gustan de sacar sus figuritas aunque para montar el belén ya se bastan Gallardón y Aguirre, (sin necesidad de que llegue el Adviento). Y, de año en año, las figuritas tienen un tute que las desmejora; tanto camello cojo y tanto ángel sin alitas le dan al nacimiento un aire de competición paralímpica. La culpa es nuestra porque no les hacemos ni caso y con que se tengan en pie, aunque sea unos apoyados en otros, vale.
Sucede entonces que un pollo inmenso, una gallina jurásica amenaza al castillo de Herodes porque allí nada guarda proporción. Y los romanos se han pasado a los Village People, no es de extrañar que la tropa se soliviante al ver las canillas de sus oficiales en aquella Judea tan pacata y tan moralista. Y entonces el nacimiento se termina de desvirtuar cuando San José se cruza ante la vaca, de pitón a pitón, en un desplante de José Tomás valeroso. Llegados a ese punto lo mejor es darse una vuelta por la Plaza Mayor para reponer todo aquello que el tiempo desmejoró, o dejarse vencer por la tentación oriental de una tienda de todo a un euro, (que nada tienen que ver con los antiguos belenes napolitanos pero apañan una situación de crisis).
Lástima que no se lleven los belenes vivientes como antes se hacían representaciones de partidas de ajedrez en la Plaza Mayor. Un belén a tamaño real serviría para reflejar cómo anda el patio, no le faltarían agentes forestales bajando por la montaña, no un río sino dos, (el que promete Fomento y el que luego construye la Comunidad), un portal de vivienda protegida que le podría tocar a la familia de San José a nada que tuviera fe en el sorteo, unos magos del PP y otros del PSOE para que el recién nacido eligiera las promesas que más le interesaran. A Tomás Gómez convenciendo a los pastorcillos de que les va a suprimir el impuesto de patrimonio y no tendrán que pagar por heredar la cueva de sus padres. A Inés Sabanés anunciando la buena nueva por señas, a resultas de la afonía transitoria que le acompaña, a Méndez y a Fidalgo preocupados por la temporalidad de las lavanderas. A Zerolo pasmado viendo como beben los peces en el río, una y otra vez. Para el puesto de caganet hay tantos candidatos que se podría declarar una zona de la montaña como espacio marrón. Una figurita espléndida podría ser la de Manuel Marín, ¡total para lo que le queda en el nacimiento! Esto sólo pasa cuando la realidad madrileña supera a la ficción.
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