Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Justo donde la Muralla china se empinaba más, justo donde no llega la prudencia y la lógica tiende a darse la vuelta, ahí estaba María Teresa Fernández de la Vega. La foto supera la categoría de visita oficial para inscribirse en los anales del montañismo; hacerse la Gran Muralla con un cortejo detrás es casi como marcarse un ocho mil con Juan Oiarzabal, un exceso. Y, además, con la sonrisa puesta de las grandes ocasiones y a una prudente distancia del séquito que se doblaba en calambres inoportunos. La vice le sacó dos cuerpos danone a la expedición consular, sólo le faltó decirle a los asesores: «cogeros el avión vosotros, que yo me vuelvo a España caminando».
Reconozcamos que Marité de la Vé ha estado soberbia, excelsa, arrebatadora y en plena forma, por eso no extraña que encabece la lista de los más valorados del Gobierno. Se lo gana a pulso: si hay que danzar se danza, si hay que comer lo típico se come y si hay que tomar sopa de fideos con dos palillos, también. Lo ascendente de la Gran Muralla no es más que una metáfora de su futuro político, mucho más ahora que Zapatero se ha corregido la miopía y se puede contemplar ante el espejo con total nitidez. Y, por supuesto, nada que ver con Moratinos, que ha hecho una visita a Cuba más bien gris, al estilo de los camaradas que venían de la difunta RDA y eran incapaces de cambiar el traje de lana gruesa por la guayabera. Moratinos iba en calidad de paje real con una carta de Don Juan Carlos para Fidel que leyó Raúl, (porque Castro está sólo para leer etiquetas de los botes de bífidus), y en la que nuestro Rey enviaba un abrazo a su hermano el barbudo. ¡Qué extraña es una real familia que tiene hermanos comunistas! A Moratinos le faltó hacer un hip-hop en Tropicana con las mulatas que llevan tatuado en una nalga: «patria o muerte», y en la otra: «venceremos». Así que la reunión con Raúl tenía más de pésame que de tío-cómo-me-alegro.
Menos mal que la vice ha dejado huella en una semana de pasión oriental, desde que pasó Marco Polo no se recordaba otra. Y, mientras España se daba al ocio de las procesiones, Marité de la Vé se recorría toda la escala empresarial china para convencerles de que somos un país fiable para invertir. Y que igual que nosotros nos maravillamos con las fuentes eléctricas que venden sus paisanos en las tiendas de todo a un euro, ellos se podrían pasmar con nuestra economía. Ya sólo nos faltan los chinos para enderezar la OPA, o que Pekín patrocine la macro paella de Villa Arriba. El Tratado de Viena no sé qué dice al respecto de los excesos en el protocolo, pero la vicepresidenta se lo ha currado aunque haya vuelto matada de los pies. Eso sí, muy digna.
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