(“El Boletin“, miércoles 12 de septiembre 2012)
Si la concejala de Yébenes pretendía el silencio no era el traje de licra con escote el mas adecuado para acudir al pleno del Ayuntamiento. Si buscaba discreción mal hizo al desvelar la existencia de un tercero, de un “amigo íntimo”. Una semana después el caso de Olvido Hormigos está más cerca de acabar en portada de revista erótica que del silencio, el caso sigue caliente porque Olvido se resiste a dejar de ser noticia.
Pérez-Reverte dice que esta señora es “tonta de concurso” y no le falta razón porque cualquier cosa antes que pasar por una mujer prudente. Haga de su capa un sayo pero creo que no es muy consciente de que su caso pueda acabar como “El Cipote de Archidona” que relataban Cela y su amigo Alfonso Canales. Contaban en memorable correspondencia lo de aquel cateto de pueblo que sacó su herramienta en el cine para ser sobada por su novia y explotó en jolgorio interminable, en una lluvia espesa que estropeó trajes de señores que habían hecho la guerra y echó a perder peinados de señoras de la Sección Femenina y oración nocturna. Decían que al encender la luz del cine la chica puso “cara de santa Teresita de Lisieux”. Pues ese es el gesto que pone la concejala cuándo es preguntada por el destinatario de su video erótico, por otra parte pregunta que a nadie importa porque cada uno hace de su vida erótica lo que estime oportuno. Es más, si Hormigos hubiera respondido la primera vez: “¡A usted qué coño le importa!” se habrían terminado las especulaciones y el caso de los Yébenes.
He leído en Internet que algún coñón quiere nombrar a Olvido Hormigos marquesa de la Real Gallarda y convocar premios anuales de solitarios con cámara de vídeo de tal modo que se institucionalice el espectáculo con aportaciones voluntarias hechas en nombre del santo Onán. Hasta hay quién sugiere que el uniforme de los asistentes exija gorro de paja.
Cela era partidario de haber hecho comercio con el increíble caso del cipote de Archidona que acabó en los juzgados y en la Iglesia, (porque los novios fueron obligados a casarse, en aquella España no se permitían bromas de wasup). Según Cela se podían vender “cipotillos de solapa” que en este caso serían frascos de vello púbico como le gustaba a coleccionar a Luís Escobar en “La Escopeta Nacional”.
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