En una de esas vueltas que da uno por los rincones de la curiosidad me tropecé con una sesuda tesis de un físico en la que se detallaba el peso de la luz. Sí, sí, ese mismo sol que tanto nos gusta perseguir en las mañanas frías de los domingos de invierno. Un jodido rayo que atraviesa la “lejosfera” es el responsable de parte de nuestro dolor de cervicales.
Añádase a ese peso, liviano pero cierto, el resto de marrones que de manera natural llevamos encima. De esa forma llegaremos al hombre caracol que es aquel que carga con lo suyo más con algo extra añadido, (puesto que hay personas que disfrutan lo indecible contándonos sus penas). Es cierto que hay cargas inevitables, como los rayos del sol, pero otras son del todo eludibles. De tanto peso añadido que llevamos encima nos hemos convertido en unos auténticos “pesos pesados”. En la categoría de pesos cansinos hay que añadir el marroncito laboral, el niño que no quiere hacer los deberes, o la carta del Ayuntamiento en la que nos recuerdan que han actualizado alguna tasa.
Propongo hacer recuento de las cosas que son muy pesadas, por ejemplo los sms de Navidad, o las bandejas de corcho-pan de plastico que le ponen al pollo en los supermercados. Me dan una dentera terrible, esa dentera es otro peso añadido. Ese sonido lo odio pero del verbo “nomepuedesentar peor”. Y también a los que llaman por teléfono para no contarte nada, NADA, son los que hablan de cosas absolutamente prescindibles y luego no te dejan responder, (un ejemplo: ¿a que el Gobierno lo hace todo faltal?, y luego no te dejan argumentar el debate porque llevan prisa).
Mis pesos pesados son llevaderos: no odio a nadie, me estoy quitando de las palabrotas y de reírme cuándo alguien se cae por la calle. Y hace tiempo que no escupo en las aceras y que no miro a las mujeres cuando ellas se han dado la vuelta.
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