… que tiene un amigo/que dice conocer a un tipo/que un día fue feliz, (Serrat).
Los niños le llaman “el teléfono cortado”. Consiste en que alguien le dice algo en la oreja a otro, va pasando el comentario y el último del corro se queda con un mensaje deformado. Pasa siempre.
La reina habla y le dice no se qué a Pilar Urbano, (que ya hay que tener ganas), y luego Pilar Urbano escribe un libro en el que dice unas cosas de las que la reina se ha desdicho en El Salvador. No es que se haya tenido que ir tan lejos para desdecirse sino que le ha cogido allí dónde estaba de Cumbre.
Sin denostar el trabajo de Pilar Urbano puesto que el Sol sale para todos, también para los que cuentan cuentos, nos podemos preguntar cuántas veces unas palabras que dijimos con sana intención se convirtieron en una encerrona atroz. Decía un personaje de “Amanece que no es poco”, (un texto de Jose Luis Cuerda), una frase genial: “¡cuántos grandes libros se han echado a perder por leerlos mal”.
Justo. Eso es lo que nos pasa porque leemos casi todo fatal. Y a partir de ahí cualquier parecido con la realidad es pura coña puesto que la realidad cojea como las mesas de los restaurantes malos.
Derivada 1: si en un restaurante no se ocupan de sus mesas piensen qué respeto le pueden tener al cordero.
Derivada 2: las periodistas no son las mejores amigas de una reina.
Derivada 3: me importa una mesa coja lo que diga la reina.
Derivada 4: aquí hay mucho monárquico de boquilla.
Derivada 5: partiendo de que los reyes se creen, todos, descendientes de Dios… ¡manda carallo!… cualquier cosa que ocurra en su entorno pertenece a eso que podemos bautizar como la Casa I-rreal.
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