He tenido que asistir a un desayuno con político. La entrada del hotel estaba imposible, había que sortear una hilera de coches en tercera fila, todos eran vehículos oficiales con las lunas tintadas y el chófer de traje oscuro. También había policías de paisano.
Juntos, policías y chóferes, miraban el culo a las chicas que pasaban por la acera y se reían con boca de cochero cateto. Una imagen poco edificante de la cosa/causa pública.
Debo tener un problema con los coches oscuros pero me da miedo pasar entre ellos, pienso que me van a disparar, pienso que en gánster se va a mosquear porque he mirado a su rubia.
No sé si el problema es reducir coches oficiales o cambiar hábitos oficiales, o restar matonismo a las escenas cotidianas.
?stos, los de esta mañana, hacían suya aquella expresión de Fraga de “la calle es mía”, y la ocupaban con total impunidad oficial, pasando de señales de tráfico y de vados permanentes. Total, el Estado es suyo y lo usan como quieren.
Luego se marcharon en sus coches-ataúdes, negros como lutos oficiales, camino de sus Ibex y de sus cuitas parlamentarias. Cada uno de ellos con tres antenas en el techo; en alguna de ellas he visto la calavera con las dos tibias cruzadas, como si fueran piratas del Euribor.
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