Igual esto da para una serie. No debería distraerme de la novela pero me tengo que apartar durante un momento de la ficción para comentar un matiz muy de pantalónm corto y pelitos morenos al sol. Me refiero a ellos: los vigilantes de la playa.
Todo el litoral español está sembrado de casetas donde ellos, y ellas, se aburren mirando a la lontanaza. Y, llegado el caso del peligro, poco o nada pueden hacer puesto que las olas serán más grandes que su voluntad, o el ahogado se habrá ido hasta donde la prudencia no recomienda alcanzar.
No es que tenga escasa fe en ellos, es que recuerdo lo que un día me contó el capitán de un ferry que hace la travesía: Algeciras-Ceuta: “un botezarvavidas no jirve pá ná. Un botezarvavidas zólo zirvepá quezajoguen tosjuntos los que zeiban a ajogá por zeparao”. Traduzco del gaditano: “un bote salvavivas no sirve para nada. Un bote salva vidas sólo sirve para que se ahoguen juntos los que se iban a ahogar por separado”.
De ser cierta la teoría de este lobo de mar: ¿tiene algún sentido mantener un cuerpo de vigilantes de la playa?, ¿no será mejor enseñar al personal a que no hagan el besugo en aguas peligrosas?
¿Y si hacemos oposiciones públicas para Vigilante del Estado, y que Fraga sea el presidente del tribunal?
¡Ese cuerpo que no pase hambre!
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