Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cuentan las crónicas que un rayo ha prendido parte de la sierra de Quilamas. No era el rayo de Miguel Hernández porque éste ha quemado la tierra y no ha regado los espíritus. He vuelto a ver la serie ?Cosmos?, de Carl Sagan; este Premio Nobel siempre creyó que el hombre podía cambiar, (a peor), su destino. Ahí están los rusos que acaban de inventar el padre de todos los misiles, un artefacto que puede reventar a miles de personas a miles de kilómetros, (como si la destrucción a distancia fuera más higiénica). Hemos llegado al momento clave en el que somos capaces de destruirnos pero incapaces de dar de comer a toda la población mundial. Esta misma semana la OMS alertaba de que las desigualdades matan, pero ciertos informes parece que los gobernantes los escoden en el cajón de los papeles molestos.
Sagan mostraba en el calendario cósmico un aspecto breve que es la presencia del ser humano, apenas ocupamos los últimos minutos del día 31 de diciembre. Es cierto que tenemos capacidad para modificar el medio ambiente, pero también es verdad que la naturaleza tiene sus caprichos, por ejemplo el rayo que prendió un monte. El cielo nos envía algunos sustos para que tomemos nota.
En la antigüedad cuando Dios quería opinar lo que hacía era prender una zarza, pero desde que Zapatero creó un cuerpo para intervenciones en zonas catastróficas ni Dios se atreve a hacer fuego donde no está permitido. Ni aunque pruebes la condición de ángel con certificado celestial te permiten hacer una barbacoa en zonas no restringidas, y con razón porque es el hombre el que prende la cerilla y el diablo el que se encarga de soplar los matojos secos. Así que entre unas locuras que cometemos, ya sean misiles, guerras o caza de ballenas, (en Japón han reconocido que mataron a cuatro mil quinientas ballenas para realizar un estudio científico acerca de la masa corporal), nos vamos jorobando mutuamente. Y, de vez en cuando, la naturaleza se venga y nos manda un rayo que nos parte, o una ola gigante, o una sequía que momifica las hojas de los cactus.
El jefe del poblado de Astérix, el bardo Abraracourcix, se pasó la vida temiendo que el cielo se desplomara sobre su cabeza, cosa que nunca ocurrió, pero tampoco hay que retar demasiado a los elementos porque un meteorito inesperado puede provocar mucho dolor de cabeza. De momento nos envía pequeñas señales de peligro, pero todo tiene un límite. No es bueno despertar a los dioses de la siesta, suelen tener muy mal perder. Pero estos humanos que no aprendemos nunca, vivimos en una eterna adolescencia que lanza misiles como lanzaría piedras contra su propio tejado.
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