Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Sin desmerecer al Proyecto Gran Simio, (se les ve en la cara que son de la familia, algunos tienen su punto de mala leche que nos resulta tan conocido), no hay que perder de vista a las maletas que quizá sean seres vivos con vida propia. Está comprobado que la maleta siempre vuelve más llena aunque contenga la misma ropa, por lo tanto asistimos a un misterio científico que alguna Universidad debería estudiar con fondos de la Unión Europea. La Operación Biquini se entiende pero se acaba cuando se puede comprar uno de talla superior al del año pasado, en cambio las maletas nos sirven de año en año y es cuando nos damos cuenta de que ellas apenas pueden ?respirar?. Con el paso del tiempo las cremalleras se vuelven más caprichosas y adoptan vida propia; cuánta más prisa tenga el usuario ellas más se resisten a cumplir con la orden de cierre. En casos de urgencia tienden a flojear y entonces se sueltan los dientes y el equipaje adquiere el perfil de la boca de un niño mellado.
Cualquier padre de familia que se vea obligado a cargar el equipaje suelta alguna imprecación, (no todos somos como Zapatero que se coge la mano con una ventana y no dice ni ?córcholis?); al santo Job le quisiera ver cuando la ropa no cabe y cuando las maletas deciden no entrar en el maletero del coche para mayor divertimento de un vecino que suele estar al quite para dar consejos aunque nadie se los haya pedido. Hay que potenciar el estudio del Proyecto Gran Maleta que explique por qué la ropa sucia ocupa más que la limpia, aunque la maleta sea la misma. Domador de maletas bravas es un oficio de gran proyección en el futuro.
Mención aparte los nuevos equipajes con ruedas que suelen sufrir una contracción de los rodamientos proporcional a la distancia que nos separa de la puerta de embarque: cuánto más lejos peor rodarán. Y es entonces cuando el usuario camina cojeando y se le pone aspecto de cochero al que no le responden las mulas. Pero a diferencia de lo que le ocurrió a Jesús no solemos dar con un cirineo que nos ayude sino con una megafonía que nos urge. El estrés de la maleta es otro capítulo digno de estudio, así como la flagelación que ejerce sobre el usuario.
La solución sería comprar maletas del tamaño de nuestras necesidades pero esas no se venden, llegado el momento de apuro hasta los famosos baúles de doña Concha Piquer se vuelven mochilas de colegial. Ya puede uno sentarse sobre ellas, llamar a la familia para que tire de la cremallera, meterlas en agua caliente para que cedan, o maldecir como un corsario con dolor de muelas. Ellas siempre nos ganan la partida, ellas son más inteligentes y por eso nos tiene cogida la medida.
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