Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
He leído varias veces la última carta que le escribió Blanca Brisac a su hijo Enrique. La letra está apretada y apenas tiene una rectificación en la última línea, lo que da idea de que Blanca tenía muy claro lo que quería transmitir. Esa carta la recuperó Carlos Fonseca en un libro que ha convertido en película Emilio Martínez Lázaro: ?Las trece rosas?. Si a Al Gore le han dado el Nobel de la Paz por hacer un documental de medioambiente, a Blanca Brisac habría que haberle dado el de Literatura por condensar poesía de urgencia elaborada al filo del paredón. El texto no puede ser más conmovedor y más cariñoso; una mujer joven que sabía su final dedica su último momento a escribir con el pulso calmo. No hay ira ni sobresalto, al revés, el texto desprende una capacidad de amor infinita y hasta de comprensión para sus verdugos.
La carta en sí misma es una película. Nos situamos en septiembre de 1939 horas antes de que a Blanca la fueran a fusilar junto a doce compañeras junto a la tapia del cementerio de La Almudena. Leer párrafos en los que le recomienda a Enrique que no guarde rencor y que sea una persona trabajadora, estremece; así como saber que en el sobre puso ?para entregar a mi hijo en el día y hora que se crea conveniente?. Aquel chaval tuvo que crecer con sus tías y con una blusa y un pantalón de tirantes que le dejó su madre como toda herencia. Durante años aguantó la incómoda situación de vivir en una España pacata ?de orden? con el sambenito de hijo de rojo. Hoy, hay quién afirma sin rubor que aquella época fue de una ?extraordinaria placidez?.
Si la Ley de Memoria Histórica sirviera para recuperar una sola carta como la que escribió Blanca, bien aprobada esté. Sus detractores dicen que es una Ley hecha para la venganza y para el revanchismo, pero cuando se tiene la oportunidad de leer testimonios tan rotundos es cuando surge la certeza de que la guerra civil se cerró en falso. Enrique García Brisac no buscó nunca que se reabriera el juicio de su madre, o que se condenara a los que de manera infame la llevaron hasta la muerte. Tampoco creo que sea ese el objetivo de cuantos buscan los restos de sus familiares en las cunetas.
Una ley que condena el franquismo y que recupera el buen nombre de los que fueron injustamente condenados por tribunales de excepción, es una ley que no debería molestar a nadie. Hay que leer varias veces el último párrafo en el que Blanca envía ?una infinidad de besos hasta el beso eterno de tu madre?. No creo que haya nadie que se quede incólume ante el relato de una madre que muere ?orgullosa? y sin odio. Nuestra historia emocional cabe en un pequeño sobre azul escrito hace setenta años.
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