Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Madrid siempre ha sido ciudad de autopsias, lo narraba Francisco Umbral en una novela imprescindible: ?Madrid 650?. La morgue que estaba junto a la Ronda de Atocha recibía los cuerpos de los madrileños que se iban tornando fríos, y entonces el bisturí los abría con ganas de saber pero sin necesidad de curar. En la autopsia, como en la mirada de un loco, no hay piedad sino tarea.
Dice el consejero Güemes que el corazón nos mata. Y recomienda que hagamos una vida más sana y de mayor calidad, lo dice él desde su atalaya de señorito bien que va a los tablaos con camisas de gemelos y el cuello libre de corbata. Si hay alguien cardiosaludable en el gobierno regional, es Güemes el fantástico. Por lo tanto debe tener razón.
Madrid, ciudad de casquería libre, siempre nos ha llevado de cráneo o nos ha herido en el hígado. En ocasiones nos ha encharcado los pulmones de humo y también nos ha obligado a dejarnos la piel.
La lógica dice que de un lugar como éste no se sale indemne. Pero con lógica nunca habría llegado Colón a América, de las catástrofes salen grandes descubrimientos.
El corazón es un músculo, (resulta bastante triste reducirnos a piezas de mecánica cárnica), pero es verdad. El alma no se sabe dónde habita, quizá allá en el olvido donde le situó Bécquer, que hizo bien en darnos una pista pero hizo mal en no dejarnos un plano.
Este Madrid nos ataca al corazón pero cada día nos engancha más por la boca, como una mala pasión, como un amor equivocado. Ya sé que se preocupan por nuestra salud pero a veces sería mejor que no avisaran. Sobre todo para que no agobie si la muerte nos para por la calle llamándonos de tú.
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