Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
A Cristo mal pintado, mucha sangre (con ese lema, algunos pintores andaluces del XIX perpetraron cuadros con escenas dantescas; el rojo disimulaba lo burdo del trazo. Ellos se creían Murillo pero las musas les tenían por pegabrochazos). De igual forma, a grandes males… que se coja la maleta un secretario de Estado y se vaya a Barcelona. A Víctor Morlán, el enviado, le ha caído el marrón completo de apagones y retrasos ferroviarios. La situación estaba tan tensa que en Moncloa movieron la tierra en Ciudad Real para distraer el epicentro de la noticia. Todo depende de la labor del enviado, que se sitúa entre el milagro y los cuidados paliativos; en caso de ir mal su mediación, no se descarta que tengamos nuevas réplicas del temblor. Además, un meneíllo sísmico de consecuencias livianas le pone al personal la cara de cuando han bajado de la montaña rusa: ¡qué divertido es un sustito! Morlán tiene la obligación de acabar con el problema antes de que la mecha ardiendo llegue hasta la ministra de Fomento, cuya ausencia huele a chamusquina. De entrada, le ha reventado las vacaciones al Gobierno de Montilla, que ya era hora, aunque la tardanza en la incorporación haya que achacarla también a los retrasos habituales. Si los barceloneses no consiguen enlazar con sus trenes, tampoco su Gobierno logra llegar a tiempo al despacho. Es lo que se llama democratizar la catástrofe. Hasta es posible que en Port Aventura incluyan a la estación de Sants como parte de un nuevo parque temático del apagón y allá te las compongas. Con una versión cinematográfica humorística: Te montas como puedas, y otra más elaborada: Una verdad incómoda. El enviado tiene que convencer a las autoridades locales de que no es bueno un Gobierno unplugged; un concierto acústico tiene sentido cuando uno llega a categoría de estrella del rock pero no cuando tiene que dar explicaciones a los ciudadanos de por qué no funcionan las comunicaciones más elementales. Para dar mayor credibilidad a la misión del enviado le han retirado la red, es decir la tarjeta de embarque, y ahí te quedas hasta que funcione todo. Ya sólo queda que su foto y número de móvil se pasee en las avionetas que barren las playas a baja cota, para mayor escarnio. Más nos vale que acierte; en caso contrario pueden ir asegurando la lámpara del comedor, porque el temblor volverá y con mayor fuerza. Aquí nada se escapa del juego político, ni las entrañas de la tierra. Morlán suda como en las películas: no sabe si cortar el cable rojo o el azul. Contengamos la respiración.
Compartir: