Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cada vez que tengo noticias de nuevos aviones (con mayor capacidad y con motores más potentes), me gusta más el tren. No sólo por llevar la contraria, que es una actividad muy saludable, sino porque de todos los medios de transporte que ha inventado el ser humano el tren me parece el más sensato. No es el más veloz, ni el que cruza los mares, ¿pero quién dijo que hacía falta codearse con las nubes? En los años que llevo como viajero no he conocido otro medio de transporte mejor; en el tren la gente todavía se saluda, comparte charla, camino y menú, cada túnel es una sorpresa, hay paisajes de ventanilla irrepetibles y no sufre las turbulencias del avión ni el oleaje del barco. Por descontado que en la vía no hay atascos ni operaciones salidas.
Buen ejemplo de lo placentero que es el tren es la idea de la Diputación de recuperar los casi ochenta kilómetros de vía del antiguo camino entre La Fuente de San Esteban y Barca DAlva, una construcción fechada cuando todavía Cuba y Filipinas eran territorios españoles. Aquel final del XIX fueron los primeros intentos del hombre por desafiar a la naturaleza, unas vías por la que iba a circular una gran carreta tirada por bueyes mecánicos, una proeza sin límite, una chulería de los ingenieros que desafiaban las normas conocidas. En aquellos años había quien sostenía que la velocidad máxima que podía soportar un ser humano, sin desintegrarse, era de treinta kilómetros por hora. A partir de ese registro los cuerpos se harían fosfatina y polvo de calcio.
Testigo mudo de la evolución de la historia es el trazado de la vía que hoy se recupera. En su día unió dos países con fronteras, supuso una innovación tecnológica de primer orden, revolucionó los tiempos, abarató costes y unió a las personas. Nunca lo sabremos del todo, pero ¿cuántos amores de andén habrá conocido la línea de La Fuente de San Esteban? En alguna parte estará el silbato del jefe de estación que dio la última salida.
De nuevo las vías volverán a unir gente aunque sea caminantes a otro paso. Ya no soplarán las máquinas, ya no saldrá el tren por el agujero del viejo túnel, ya no tendrán que temer los pastores por sus rebaños. La idea es recuperar para el hombre lo que el hombre construyó, y eso sólo puede suceder cuando se trata de un paisaje de hierro. Ya me dirán cómo se recicla la pista de un aeropuerto o una carretera. Ningún otro lugar tiene el encanto del paisaje de un tren con la solera de la Generación del 98. Iban lentos, es verdad; manchaban de carbonilla, es cierto; la amortiguación no era la mejor, de acuerdo? pero no veo a Machado escribiendo \”Soledades\” en la fila 23J de un Jumbo camino de Los Ángeles, California.
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