Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Una Esperanza más fría que nunca arrancó en un jardín económico, aburrido, monocorde, para sacar la mano, de vez en cuando y darle cogotazos a la oposición. Aguirre tardó en coger la velocidad de crucero en el Debate sobre el Estado de la Región, antes le hizo las cuentas a Zapatero y al resto de socialistas del mundo; para cuando llegó el momento de hablar de cuestiones sociales ya había creado un amplio club de amigos. Entre los del tirón de orejas Tony Blair, (aunque reconoce que supo rectificar) y el delegado del Gobierno en Madrid, allí presente en la tribuna, que escuchó cómo le llamaba frívolo. Ajuste también con los ministros que no le reciben y con todo lo que ella intuye que se puede mover en contra.
La línea liberal económica de la presidenta, que defendió hasta el delirio del aplauso de los suyos, le llevó por dos veces a subrayar que los socialistas entienden mal las cosas, no por sordera momentánea sino por torpeza de oficio. Además de equivocados, sosos, le faltó decir. Patina Esperanza Aguirre cuando califica de caducas las ideas de los demás. Por muy bien que le salga la cuenta de resultados no todo se puede arreglar con un balance económico, cuando se gobierna sobre personas es difícil sacar los números sin agraviar. Contra la ausencia de ideología: más kilómetros de Metro. Contra la desaceleración de la productividad, una estampita de Aznar. Contra el peligro del tripartito, aquí está ella para recordar cuál es el rumbo. Esas claves construyen su paraíso liberal madrileño en el que la privatización de dos ITV, y una pista de esquí, se pueden convertir en noticia. Tan dura estuvo que, en algunos momentos, pasó a Rajoy por la derecha.
La euforia de los datos económicos le llevó a dejar para más tarde las alusiones a la mujer, los mayores, los desfavorecidos por el mercado. Y si bien el discurso tuvo obviedades del estilo «detrás de la pérdida de empleo hay un drama humano», supo luego hacer un guiño a la igualdad laboral de la mujer y la presentación de un pacto nacional de sanidad. El texto estaba bien cosido pero presentaba algunas contradicciones, por ejemplo llamar reliquia del pasado al Ministerio de la Vivienda, para luego anunciar la creación de una oficina de la vivienda madrileña. En las dos horas sólo una pequeña alusión a Cervantes, poco para una comunidad culturalmente tan rica.
Algunos se extrañaron de la ausencia de Gallardón en Vallecas, pero sabido es que el alcalde, cuando la movida de Tamayo y Sáez, se quitó de en medio de la Asamblea. Fue a por tabaco y todavía no ha vuelto (más tarde se enteraron de que no fuma).
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