Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estimado Francisco Herrera…
tiene usted apellido de ilustre arquitecto y quizá por eso se ha animado a lanzar los dardos sobre los horrores urbanos de la capital en el 2003, en un repaso que suena a entrega de notas de fin de curso. En algunos aspectos creo que es fácil encontrar puntos de acuerdo, pero en otros le ha salido un estilo algo rancio de entender la arquitectura civil moderna. No es que el túnel del Paseo de Santa María de la Cabeza sea un prodigio de estilo y belleza, ni la octava maravilla del mundo, pero descongestiona el tráfico y le dio votos al Partido Popular. Ese túnel lo pone en la columna del debe y, en cambio, pone en el haber algo tan pintoresco como el cierre al tráfico de la calle Huertas, medida discutida por los comerciantes y vecinos porque fomenta los bares de copas y alarga las noches de voces en la calle. Y, en todo caso, muchos más son los que circulan por el túnel de Santa María de la Cabeza que por la calle Huertas, ¿o es que usted estaría dispuesto a tapiar el subterráneo?
Es simpático y también inocente que defina al «triángulo del mal», responsable de todos nuestros males urbanísticos, formado por corporaciones empresariales, Ministerio de Fomento y la especulación inmobiliaria. Le ha faltado la conjura masónica con la que soñaba el ferrolano «invicto». Y no me diga que se ha dado cuenta este año, justo ahora, de que ellos eran los responsables del desaguisado.Su análisis es, más que un asunto urbano, un problema metafísico, al dividir los hechos en «lo bueno y lo malo», recuerda el ensayo de Kant de «lo bello y lo sublime». Y no siendo el metódico filósofo alemán se puede liar con el argumento en los tobillos y caer al suelo.
Por lo menos su pintoresca referencia al «triángulo del mal» apunta un detalle propio de El Señor de los Anillos, unas fuerzas ocultas conspiran para hacernos la puñeta, (alguien debía tener la culpa). Salva usted de su hoguera imaginaria a los profesionales que han intervenido en algunos proyectos, como Rafael Moneo, Ricardo Bofill o Rafael de la Hoz, gente que por sí misma se defiende de cualquier quema y que están fuera de toda duda. Ya puestos a señalar, le podía haber dado más caña a ese llamado estilo «remordimiento español» tan peligroso y que aparece en pequeños detalles. A veces los horrores urbanos son cosa de una maceta nueva, de un parquímetro o de unos tulipanes de Holanda.
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