Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estimado Alvarez del Manzano: cuando lea el periódico será jueves avanzado y lo hará sin la prisa habitual de estos años pasados en el cargo, que a veces eran tan pesados por la carga. Ésa es la ventaja que tienen los prejubilados, el reloj se vuelve de plastilina y se puede manejar a voluntad. Quizá el festín de ayer se prolongó hacia el trasnoche, entre otras cosas porque a la mañana siguiente no le esperaba la secretaria con el taco de llamadas que, ya a primera hora, abultaba como las obras completas de Dostoievski. Teniendo en cuenta el ninguneo al que le ha sometido el partido, y el pasa-palabra que le ha dado Gallardón, cualquier fiesta es buena con tal de que a uno le muestren afecto.
Empresarios de la ciudad le han preparado la primera cena, aquéllos con los que ha compartido momentos dulces de la economía municipal, cuando Madrid logró sacarse la espina de una capital europea más para convertirse en punto de referencia. Es de esperar que a ésta le sucedan más puesto que el mando, como el roce, hace el cariño y tampoco se le conocen a usted enemigos acérrimos más del porcentaje tolerado en sangre. Su trato afable y sus formas palaciegas le han esculpido aureola de buena gente. Y también las procesiones, verbenas, cantos de Navidad y chotis que se ha marcado con tal de acercarse a la calle. En todo caso habría que mirar más en las filas propias que en las ajenas, en los que le relacionan con el pasado de la naftalina y le racanean los méritos como los nuevos ricos que no visitan a la familia del barrio pobre. Incluso ya verá cómo los que le niegan el partido homenaje, terminan entrando en razón y le forman un tinglado con mogollón de luces y gaviotas. Aunque tampoco creo que le importe: de los que se quería despedir ya lo hizo, con los que quiso cenar ya quedó y los abrazos de sus amigos los ha tenido siempre.
De esta cena nos hemos enterado porque ha habido convocatoria pública, pero tengo para mí que todavía le queda el encuentro al que le tiene más ganas. Será cuando quede con los maceros del pelucón a lo Carlos III (que tanto se parecen a Teófila Martínez), y el jefe de protocolo, a recordar los viejos tiempos ahora sepultados por un gobierno funcional. Igual con un cuplé de Olga Ramos de fondo para dejar correr la emoción por el lagrimal abajo. Y terminar el encuentro entonando fragmentos de Zarzuela. Darse un chute de aquello que le gusta porque después de tantos años, al menos, le queda la opción de cantar y corear aquello que le dé la gana.
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