Por: EDITORIAL / REDACCIÓN
Hay ciudades que en sí mismas forman un microcosmos, pero Marbella no. Marbella es un ecosistema. Hemos estado décadas haciendo la siesta con el mismo león piojoso de los documentales de la BBC cuando podíamos haber aprendido mucho más sobre los misterios de la conducta animal con unos cuantos reportajes a fondo sobre Marbella. Carnaza, depredadores hambrientos, luchas territoriales, costumbres de apareamiento… Marbella lo tiene (o lo tenía) todo: desde reinas folclóricas a jeques árabes, desde traficantes de armas a abogados. Esa hipotética serie de documentales sobre la Marbella eterna haría que un gazpacho fastuoso formado por la conjunción de Falcon Crest, Los Soprano y Dallas pareciera sólo La Casa de la Pradera.
En verano, todos los bostezos de España se vuelven hacia Marbella, quizá porque sabemos que la ciudad malagueña, más que un microcosmos, es el espejo de España. Marbella tiene un nombre bonito, sí, pero sólo es terreno edificable, carne comestible, un subsuelo listo para el abordaje, una noche donde no duerme ni Dios y playas llenas de michelines.
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