(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 15 de enero, 2012)
Los cruceros son eso: “de lujo” cuándo las cosas van bien pero se convierten en un infierno cuándo hay problemas. Ya lo decía Fernando Díaz-Plaja en su “Manual del Imperfecto Viajero”, un libro cargado de humor dónde se contaban cosas muy serias como la de aquella millonaria que en plena marejada ofreció toda su fortuna a quién le pudiera sacar del barco con un helicóptero. Y lo decía muy convencida, tanto como mostraba su arrepentimiento por haber embarcado en la nave aunque lamentar en plena tormenta no sirve para nada.
Ayer un crucero encallaba frente a la costa de una pequeña isla en Toscana, y a consecuencia del golpe se escoró, hubo escenas de pánico, y se produjeron víctimas mortales. Los que salieron vivos cuentan el espanto de moverse entre la oscuridad intentando alcanzar la parte alta de la nave para evitar caer al agua, “como en el Titanic” decían algunos supervivientes y no les faltaba razón porque el recuerdo de la película nos lleva a imaginarnos lo peor.
Habrá que esperar a lo que diga la investigación pero resulta extraño que un barco moderno, dotado de todo tipo de comunicaciones, pueda encallar en un mar en calma. Pero ha sucedido porque nadie, ni un crucero de lujo, está libre de tener un accidente. Y pocos, por no decir ninguno, sabemos reaccionar cuándo ocurre. A todos los pasajeros se les da un minicurso de cómo reaccionar en caso de peligro pero no todos prestan gran atención, y no todos los pasajeros son atletas consagrados capaces de descender por una escalera inclinada. Ocurre lo mismo en los aviones: si realmente pasa algo grave apañados estamos si creemos que con la demostración que nos dan señalando las puertas de emergencia es suficiente. Y eso que nos dicen que delante de nuestros asientos tenemos las instrucciones y que deberíamos leerlas, ¡un premio para quién lo haga!
Los pasajeros cuándo hay una emergencia somos el primer incordio. Lo suyo sería ensayar protocolos de emergencia varias veces al día, y hasta dar un cursillo antes de embarcar en un crucero pero entonces nadie se montaría porque uno va al mar a sentirse un privilegiado y no a pasar miedo. Pero la vida no es siempre como aparece en los catálogos de las agencias de viaje, (así como los bocadillos nunca son cómo en las fotografías en las que se anuncian en los bares de carretera). Un barco escorado a estribor como el “Costa Concordia” es un mal reclamo turístico pero ocurre. Pagar mucho dinero por una suite en un crucero de lujo no garantiza no acabar en la cubierta de un pesquero con una manta. La vida es muy jodida y navegar mucho más, no es el mar territorio para señoritos.
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