Puede que a la inmensa parte de la población española ese nombre no les suene de nada tirando a poco. Es mi héroe.
Digo que “mío” porque estoy escribiendo sobre él. Los curiosos pueden mirar en las enciclopedias el asedio de Igueriben que dio orígen al llamado “Desastre de Annual”.
Hace poco descubrí que había nacido en un pueblo de Málaga, El Burgo, que tiene unas carreteras exactamente igual de malas que en el XIX cuando nació Benítez. Le debo a mi buen amigo Emilio Ramos su cariñosa compañía porque de otra manera todavía estaría dando vueltas por la Sierra de las Nieves. ¡Joder qué curvas!
Hoy he viajado hasta El Burgo. Allí no tienen pajolera idea de quién fue Julio Benítez salvo que su nombre está en la calle principal y poco más. Un empleado del Ayuntamiento me ha alertado acerca de la placa que hay en la casa en la que nació: “igual no les gusta porque no es muy correcta”.
La he leído con pena… efectivamente, ese empleado es un idiota: lo que dice es verdad, cierto, está documentado, son las últimas palabras que pudo enviar mediante el heliógrafo al campamento del comandante general Fernández Silvestre.
Lo que le sonaba mal al funcionario es que pone “moro”. Es decir, que era idiota del todo porque no se trataba de nada despectivo sino puramente descriptivo, se refería a las kábilas mandadas por Abd El Khrim.
Benítez es el militar español que participó en la mayor heroicidad del siglo XX, sin género de duda. Pagó con su vida un desastre que no era suyo, y antes de caer repartió la última dosis de agua entre su tropa. Aquel mes, julio de 1921, está registrado como el de mayor temperatura del siglo pasado. Benítez estuvo allí.
He vuelto a su pueblo, quizá no sepan quién fue. Yo sí, y le he querido honrar en la iglesia en la que fue bautizado.
Curiosamente El Burgo está en un alto, igual que Igueriben, lugar donde Benítez se ganó la Laureda de San Fernando, máxima distinción del Ejército español.
Sería impensable que en Francia, o en Polonia, un militar como Benítez hubiera caido en el olvido.
Cuando se me pase el cabreo seguiré escribiendo su historia. Somos unos imbéciles, tanto como el funcionario del Ayuntamiento.
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