Igual que pasa en las fotografías antiguas la memoria pierde el centro de la imagen y se queda con los detalles. Pasado un tiempo, no sé cuánto porque el proceso del olvido no hecha humo por el tubo de escape, dejamos de recordar lo que fue y la memoria se llena de estampas desordenadas y sueltas.
La memoria no es una suma de fotogramas, no es la Filmoteca Nacional, sino apenas un cajón desordenado donde los pretéritos se solapan unos con otros.
Esta cabrona memoria es la que nos esconde los discos que nos gustan y la que manda al fondo de la estantería esos libros que quisiéramos tener presentes pero que se ocultan para confundirnos. Si no tuviéramos memoria no habría ni melancolía ni polvo en las estanterías. Y no me acordaría de tí ahora mismo, ¿Qué día de la semana fue cuando nos hicieron la última foto juntos?, ¿Tú fuiste o mandaste a una representación de tu cuerpo mientras tu alma estaba en otros asuntos?, ¿Sonreiste con cara de foto, o mantuviste los ojos abiertos para no salir con gesto de adormecida?
En ese ayer todos los días son sábado por la tarde.
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